Capítulo 6. Una mala noticia

Burak se ajustó la corbata de seda italiana, impecable y costosa, frente al espejo del vestidor. La prenda, tan pulida como él mismo, era el último detalle para la noche que se avecinaba: acompañar a Kerem a conocer a su prometida. Apenas hace unos días, Kerem le había entregado el anillo de compromiso, una joya de familia que había pertenecido a la abuela de Burak, y la curiosidad crecía con cada minuto. Sin embargo, Kerem había pedido mantener todo bajo perfil, guardando en secreto el nombre y rostro de la futura cuñada. Hasta hoy. Esta noche descubriría finalmente quién era la misteriosa mujer que estaba a punto de entrar en la familia Demir-Arab-Badem.

Con paso firme, Burak bajó los escalones de la segunda planta de su nuevo ático, la luz tenue de los focos realzaba la elegancia austera del lugar. Al llegar al vestíbulo, su ama de llaves lo aguardaba con una expresión serena, aunque respetuosa.

—Señor Demir…—informó ella con voz formal—. Acaban de avisar que el chófer está esperándolo en el lobby para llevarlo.

—Gracias —respondió Burak mientras sacaba el móvil de su bolsillo. Presionó el botón del elevador privado y descendió lentamente.

En el trayecto hacia el lobby, Burak navegaba por posibles inversiones en la ciudad, absorto en las cifras y oportunidades, hasta que levantó la vista. El tiempo pareció ralentizarse, como si el mundo se suspendiera por un instante. Sus ojos captaron a Jaqueline cruzando las puertas de cristal. Ella parecía sencilla, sin ostentación, pero esa sencillez no restaba un ápice a la elegancia natural que emanaba. Su belleza era cautivadora y auténtica, y, sin darse cuenta, Burak contuvo una sonrisa a punto de brotar.

Jaqueline avanzaba sin percatarse de su presencia, frunciendo el ceño como si estuviera distraída o incómoda. Burak sintió una punzada de desconcierto: ¿Desde cuándo una mujer no nota cuando estoy cerca? Pensó que era extraño, más aún cuando ella pasó rozando su lado sin voltear siquiera para mirarlo. Él quedó paralizado, como en shock, pero no pudo evitar voltear para verla una vez más.

—Buenas noches, señorita Jaqueline —saludó con voz profunda y cargada de una calma que escondía algo de curiosidad.

Ella se detuvo, giró y lo enfrentó con una mezcla de sorpresa y ligera inquietud. Burak, con su porte elegante y presencia intimidante, no era un hombre que pasara inadvertido. Jaqueline tomó aire con discreción y le devolvió una sonrisa leve, apenas perceptible.

—Buenas noches —respondió ella, haciendo un leve movimiento con la cabeza.

Burak no pudo apartar la vista de sus ojos claros, el cabello castaño que caía en ondas suaves y la piel pálida que parecía casi luminosa bajo la luz de la entrada. Los labios carmín, cuidadosamente pintados, contrastaban con la blusa de seda roja que ceñía su busto, y el pantalón negro que marcaba sutilmente sus curvas femeninas. La observó con descaro, sin pudor.

Jaqueline sintió un escalofrío de incomodidad al notar la mirada escrutadora, como si él estuviera desnudándola con la mirada.

—¿Se le ha perdido algo? —preguntó, poniendo un toque de firmeza en la voz.

Burak se sobresaltó, atrapado en su atrevimiento.

—No, perdón... No suelo mirar a las mujeres así, es solo que...

—Buenas noches —interrumpió ella, girando para retomar su camino hacia el elevador.

Burak no quiso dejarlo ahí.

—Disculpe —llamó, dando un paso hacia ella.

Jaqueline soltó un bufido, teatral y cargado de fastidio, para que él lo viera.

—Soy nuevo en la ciudad —confesó con una sonrisa cansada—. ¿Está muy lejos ese restaurante?

Burak le mostró la pantalla del móvil, invitándola a ayudarle.

—¿Turkuaz NYC? —Jaqueline se mordió el labio, intentando recordar—Bien, lo recuerdo, he ido con un amigo varias veces. Está por la 53rd St. unos veinte minutos desde aquí. Mejor pida un taxi. En recepción pueden ayudarlo con uno.

Burak, sin prestar atención del todo, estaba hipnotizado por su voz y presencia. La forma en que aprisionó su labio con el diente.

—Bueno, debo irme —dijo ella, comenzando a caminar.

Pero Burak la detuvo con un gesto suave, pero firme, tomando su muñeca. Un escalofrío eléctrico recorrió a Jaqueline; al sentirlo, él soltó la mano rápidamente, sorprendido. Ambos quedaron mirándose fijamente.

—¿Qué fue eso? —susurró ella, tocándose la muñeca.

—¿Lo sentiste? —preguntó Burak con una mezcla de incredulidad y fascinación.

Ella asintió, aun con el hormigueo en la piel.

Por un instante, el mundo pareció detenerse solo para ellos. Jaqueline fue la primera en reaccionar.

—Buenas noches —dijo, y se alejó con el corazón agitado.

Presionó el botón del elevador. Al entrar, dudó antes de oprimir el número de su piso. Finalmente, lo pulsó y las puertas se cerraron entre ellos.

Burak se quedó allí parado, aún impactado por lo sucedido. Era la primera vez que algo así le ocurría con una mujer. Se percató entonces de que llegaría tarde al restaurante. Intentó llamar a Kerem, pero nadie contestó. Envió mensajes, pero no recibió respuesta. Al llegar al lugar, buscó ansioso a su hermano entre los comensales, pero no lo vio por ningún lado. La inquietud se apoderó de él.

Volvió a llamar, sin suerte. Sin explicaciones, sin noticias. Decidió regresar a su ático, dispuesto a esperar y exigir respuestas.

Después de una hora, buscó refugio en el gimnasio, golpeando con fuerza el saco de boxeo, tratando de apaciguar la tormenta que se arremolinaba en su pecho. Finalmente, agotado, se duchó y se encerró en su habitación. Miró su móvil una vez más, sin señales de Kerem.

—¿Dónde estás? No eres así, Kerem. —se preguntó en voz baja, antes de acostarse, intentando dormir.

Pero el sueño fue esquivo. Un susurro apenas audible, su propio nombre, lo despertó a las 5:50 am, justo antes de que sonara la alarma. Detuvo el reloj y revisó el móvil; nada nuevo.

Mandó un mensaje urgente: “¿Todo está bien? Necesito saberlo.”

Más tarde, su rutina empezó. Cardio, boxeo, ducha. Se vistió con su impecable pantalón de vestir, camisa y americana, y bajó las escaleras acomodándose el reloj de pulsera. El ama de llaves y la empleada doméstica comenzaban a poner la mesa.

El intercomunicador sonó. La chica de servicio atendió. Burak apenas levantó la vista del periódico en la sección de finanzas.

—Señor Demir-Arab-Badem —dijo la voz—. La policía ha venido a preguntar por usted.

Un escalofrío recorrió a Burak de pies a cabeza, su corazón latió con fuerza desconocida.

Se levantó y se acercó al intercomunicador.

—Soy Burak Demir... —dijo.

En la pantalla, dos hombres mostraban sus placas.

—Somos policías, ¿nos permite hablar con usted un momento?

Burak autorizó que subieran, marcó a Kerem mientras esperaba, pero no hubo respuesta. Cuando el elevador se abrió, los hombres entraron y saludaron con seriedad. El más alto tomó la palabra, con voz grave.

—Lo lamentamos, señor Demir-Arab-Badem... hemos encontrado a su hermano... muerto.

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