06. Heredero universal
Horas después, salieron de la recepción que celebraba su boda, para ir a la mansión de su padre. No le entusiasmaba la idea de vivir ahí pero no podía hacer nada por evitarlo, estaba a su merced.
—Creo que vivir con tus padres no es mala idea —dijo Rebecca mientras miraba a través del vidrio del auto. Observaba la enorme casa que algún día le acogió como su hogar pero que ella no sentía como tal—. Solo es cuestión de aclimatarse.
—¿Lo crees?
—Claro.
—Pues entonces es que no conoces a mi madrastra en realidad, esa mujer es el diablo, no quiero decirte lo que me ha hecho pasar porque me avergüenza de verdad, pero es una persona cruel y despiadada, créeme, será un infierno vivir con ella todo este tiempo —comentó él con pesar mirando de reojo al chofer quien parecía más concentrado en la carretera que en su conversación.
Miraba a Rebecca de reojo y pensaba en ella, era su esposa, hermosa, elegante y él apenas podía llevar la etiqueta con perfección. Su andar era simplemente delicado y el de él, tan básico que le daba vergüenza pararse delante de su mujer.
—¿Cómo llegaste aquí?
—¿A qué te refieres?
—Me refiero a que has estado todo este tiempo. ¿Cómo has podido ocultarte de la prensa y demás? Los hombres ricos no siempre pueden ocultar sus aventuras con tanta facilidad.
—Mi padre tiene mucho dinero y la credibilidad la compra quien tiene el poder.
—No importa, puedes engañar a todos, pero no puedes engañarte a ti mismo. Mi padre el día de hoy parecía un hombre preocupado por el futuro de su hija ¿Sabes? Cualquiera que lo hubiera escuchado diría que ha tomado como un insulto que de alguna manera se me engañara de esta forma, pero créeme, le conozco, no lo hizo por mí, lo hizo por su propio ego.
Aleksander la miró y se sintió identificado.
—Lo lamento, hay una clara diferencia entre tú y yo, tú tienes dinero y estatus, yo tengo dinero ficticio y un renombre delante de la sociedad, pero en realidad no soy nada. No tengo nada de lo que sentirme orgulloso y me temo que estarás unida a un hombre que no tiene nada.
La mujer negó, no tenía que pedir perdón en cada oportunidad. Entonces sujetó su mano con delicadeza.
—¿Entonces cuáles son tus motivos?
—¿Motivos?
—Debes de tener una razón por la cual decidiste entrar a este mundo de podredumbre. A veces la gente pobre piensa que ser rico es lo máximo y puede que tenga sus beneficios, ropa de marca, autos lujosos, fiestas elegantes, pero hay una enorme doble moral, amarguras, desprecios, competencia, nunca puedes ser realmente feliz.
—Fue mi tía —confesó entonces—, ella está enferma y necesito el dinero para su tratamiento, es costoso y no puedo dejar ir de este mundo a la única persona que me quiere y valora. Ella es mi única familia y si tengo que soportar humillaciones por ella lo voy a hacer.
—Eso es muy noble de tu parte —susurró con el corazón acongojado.
El gran auto se estaciono en la entrada de la mansión Salvatore, la casa está sola debido a que su padre se había quedado en recepción, aparentemente deseoso de poder entablar conversación y bajar los humos de Alfredo.
—Es una casa bellísima.
“La perderemos si las cosas no mejoran” pensó, por eso su padre estaba tan empeñado en salvarlo todo.
Ella caminó con su bello vestido de novia por los pasillos y entonces divisó el enorme cuadro de Asher Salvatore, lo había mirado muchas veces, era sinónimo de elegancia y gracia, sin duda un hombre atractivo, pero al mirar a su hermano menor comprendió que este no tenía mucho que envidiarle.
La gracia y la elegancia se aprendía al por igual con los modales. En cuanto al dinero y la posición podía ganarse, Aleksander era un hombre inteligente y eso podía notarse a kilómetros.
—Fue una tragedia.
—Lo fue, nadie merece morir de esa forma—murmuró el castaño.
—¿Le conocías?
Él negó.
—No había visitado esta casa hasta hace unos meses, todo lo que se fue por los periódicos y noticias. No había día sin noticias del Corporativo Salvatore.
La chica asintió y luego se dirigieron a la habitación.
—Aquí dormiremos —anunció, agradecía que las mucamas a pesar de soltar comentarios hacia él hubieran organizado todo.
Todo estaba en perfecto orden, cada detalle emanaba elegancia y Rebecca no encontraba la diferencia entre la casa de sus padres y esta, era simplemente único, como si se tratara de una princesa. Lastima que no se la tratara como tal.
—¿Dormiremos?
—Claro, dormiremos. Estamos casados, tenemos que compartir habitación o la servidumbre murmurara más de lo que ya lo hace—la chica parpadeó mirando la cama, mirando el espacio y pensando en que tendrían que dormir sumamente pegados. Demasiado cerca uno del otro.
—¿No hay otra?
Aleksander se aclaró la garganta.
—Claro que las hay, pero no podemos.
Rebecca se puso colorada, se habían dado un beso, eso era algo, pero para ella sería raro dormir con un hombre prácticamente desconocido esa noche. La mujer giro sobre sus tacones y miró a Aleksander.
—No me lo tomes a mal pero no creo que debamos consumar el matrimonio así...
—¡No, no, no, no! —dijo él de inmediato negando con sus manos como si se despidiera—. No dormiremos de la forma que piensas, me refiero a dormir, solo a dormir.
Ella sonrió.
—Gracias por entender.
Aleksander correspondió su sonrisa. Ambos estaban muy cansados luego del largo día, así que rápidamente se acostaron a dormir. Ella en la cama y él, en el sillón. Fue la noche más placentera de su vida, porque el sofá era tan lujoso y cómodo que si hubiera dormido en la enorme cama.
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Al día siguiente se levantó a primera hora de la mañana, apenas amaneció se baño y vistió con un esmoquin gris, su reloj rolex y zapatos italianos. Hoy probaría su suerte.
—Bueno, si me disculpas, he de irme a intentar hacer un negocio.
Su esposa asintió, un poco adormilada.
—De acuerdo, mientras tanto arreglaré mis cosas y nuestro cuarto.
Aleksander se despidió y salió de la mansión, rumbo a su primera parte del plan: lograr hacer negocios con Grupo Russo. Estaba al tanto de que prácticamente dominaban Roma, así que le convendría tenerlos de su lado tanto como fuera posible.
Tuvo que pedirle al chófer que lo llevara, porque su padre aún no le había dado tarjeta ni efectivo, solamente tenía la que Bruno le dió y recordaba que le quedaba poco dinero, así que era mejor tenerlo para emergencias.
Cuando se bajó del auto y entró a la recepción, se percató que las personas pasaban con un gafete y un seguridad revisaba unas listas. Eso le preocupó, pero no perdía nada con intentarlo. Se acercó rápidamente.
—¿Nombre? —preguntó el guardia, mirándolo de arriba a abajo, parecía evaluarlo.
—Soy Aleksander Salvatore, les Corporativo Salvatore. No tengo cita pero...
El hombre negó con la cabeza.
—Sin cita, no hay entrada —espetó.
Tragó saliva, tenía un nudo en la garganta.
—Vengo a ofrecerle un negocio imperdible a su presidente, si tan solo me dejas...
—Te echaré de aquí por las malas si no te vas —amenazó, entonces fijó su vista en la persona de atrás—. ¿Nombre?
—Clement Donalli.
—Pase, señor Donalli. Le están esperando arriba.
Entonces el hombre reparó en él.
—Ah, eres tú. ¿Qué haces aquí? —Parecía tener un tono burlesco en su voz.
Lentamente volteó para mirarlo a la cara, no pestañeo al contestar:
—Vengo a proponer un negocio.
Atrás de él estaba la hermana de Rebecca, Camille, quien soltó una risita muy sutil, nada comparado con las de ayer, que la escucharían hasta el otro continente.
—Los Salvatore no tienen aún está clase de nivel, mi esposo por el contrario, sí. Él llevará a nuestra familia a la cúspide de la escala social de la ciudad —apuntó, con una sonrisa parecida a un demonio.
Se acercó a su oído para decirle en viz baja algo desagradable, claro que ya se lo imaginaba.
—Un bastardo como tú jamás lograría hacer negocios con Grupo Russo. Quizás haya puesto como limpia vidrios —se alejó—. Puedo preguntar, si quieres. Ya que no tienes cita.
Alek bufó.
—Eso está por verse.
—Ya le dije que no puede entrar —le riño el guardia, atento a su conversación.
—¿Cómo? Ni siquiera puedes entrar, qué lástima por ti —chasqueó la lengua Clement—, si nos disculpas, nosotros si tenemos un negocio real que discutir.
Ambos se fueron con las barbillas elevadas cual aristócratas. Él rodó los ojos, cansado con su actitud.
—Voy al baño entonces —avisó al guardia, quien se distrajo con una señorita muy guapa y esbelta.
Rodeó la recepción para mirar si podía entrar por algún otro lado, y justo cuando estaba por doblar en una esquina, se dió cuenta que un anciano se resbaló con el suelo recién encerado.
—¡Señor!
Rápidamente corrió a su lado, lo estabilizó y ayudo a sentar en una banca con cuidado.
—¿Se encuentra bien, quiere que busque un médico? —preguntaba con preocupación.
El anciano negó con la cabeza.
—No pasa nada muchacho, todavía soy tan fuerte como un roble —bromeó, palmeando su hombro.
Aleksander sonrió.
—Eso es bueno, me asustó por un segundo —confesó, limpiando el sudor de su frente.
El movimiento hizo al anciano mirarlo, justamente el dorso de su mano, donde había una pequeña marca oscura en forma de diamante, pequeña pero bien definida. Una marca de nacimiento.
Abrió los ojos sorprendido.
—¿Quién eres? —preguntó en un hilo de voz.
—Aleksander Salvatore, señor.
Aquello le sonaba vagamente. Ese era el apellido del hombre con quien su hija hace veintiséis años tuvo una aventura que deshonro a toda la familia. Sería posible...
—¿Y tu otro apellido?
—Russo. Soy Aleksander Salvatore Russo. ¿Le recuerdo a alguien? —Estaba nervioso, la mirada del anciano era de incredulidad.
«¡Es él! Mi nieto. Hijo de mi dulce Bianca... Mi heredero», pensó Thomas Russo, con el corazón desbocado.
Finalmente tenía ante él a quien iba a sucederlo en el Grupo Russo, su legítimo heredero universal.
Sonrió.
—Muchacho, ¿quieres subir por una taza de té? —le ofreció, alegre como un niño.
Alekaander asintió.
—Estaría encantado, señor...
—Dime Tom; bie
nvenido, muchacho. Tú y yo tenemos mucho de qué hablar.
Sin saberlo, Aleksander siguió a su abuelo y presidente del Grupo Russo a su oficina, donde la suerte le cambiaría para siempre.











