DIVISIÓN

Capítulo 4

Todo en la casa se sentía extraño.

Durante años, este había sido mi escondite, mi castillo, lo decore con mi corazón, cada rincón me traía un nuevo recuerdo de momentos felices.

Ahora tenía que compartirlo con la amante de mi esposo y su hijo.

Nunca había tenido que ceder el control de mi casa a nadie, y la sensación de invasión me asfixiaba.

Pero lo peor de todo era saber que nada de esto era un accidente. Todo había sido provocado por Manuel.

¿Por qué me había hecho esto? Yo lo amé con locura. Fui su esposa devota, entregada, la mujer que lo defendió contra todos, incluso contra mi propia familia. ¿Y a cambio? Una traición de años.

Mis pensamientos me llevaron inevitablemente al pasado.

De joven, tuve muchos pretendientes. Mi familia tenía dinero, prestigio y, sobre todo, una obsesión enfermiza con las apariencias. Para mis padres, el matrimonio no era un asunto de amor, sino de negocios. Mi madre, una mujer elitista hasta la médula, soñaba con casarme con alguien de nuestra misma posición, alguien que pudiera fortalecer las relaciones comerciales de la familia.

Mi padre, aún peor. Creía firmemente que las mujeres no debían involucrarse en los negocios. Nosotras estábamos hechas para coser, planchar, criar hijos y ser el soporte de nuestros esposos. Mi madre compartía esa visión con un fervor aún más marcado.

—Las mujeres nacimos para ser esposas —me repetía—. Nosotras tenemos los privilegios. Las amantes solo son un capricho pasajero.

Recuerdo la frialdad con la que aceptó la infidelidad de mi padre.

Yo tenía unos catorce años cuando me enteré. Uno de los empleados de la casa le confesó a mi madre que mi padre tenía otra mujer. Yo estaba escondida en la alacena, creyendo que vería a mi madre explotar en ira, echándolo de la casa. Pero su reacción fue todo lo contrario.

—No vuelvas a mencionar esto —ordenó al empleado con absoluta calma.

Me quedé helada.

Años después, le pregunté por qué no había hecho nada.

—Los hombres siempre tienen aventuras —respondió con naturalidad—. Pero las esposas somos las que permanecemos. Nosotras tenemos el apellido, la casa, la estabilidad. Créeme, para tu padre ella solo es un entretenimiento pasajero.

Me dolió. En ese momento, entendí que mi madre no era una mujer fuerte. Era una mujer que prefería cerrar los ojos y aferrarse a su estatus.

Cuando conocí a Manuel, la antítesis de lo que mis padres planeaban para mí.

Era hijo de nuevos ricos, una familia despreciada por la alta sociedad. Su abuelo había ganado la lotería y su padre había sabido invertir bien el dinero, construyendo un imperio. Pero eso no bastaba para ganarse el respeto de la élite.

Mi padre, en particular, lo detestaba, siempre me decía que de seguir a su lado, yo me quedaría sin herencia.

Recuerdo haber discutido con él sobre sus prejuicios.

—Papá, el dinero es dinero, sin importar de dónde venga.

—No. El linaje y la tradición son más importantes.

Eso no me impidió acercarme a Manuel. Él era diferente. Aventurero, apasionado, lleno de vida. Me hacía sentir cosas que nunca había experimentado.

Fue mi primer amor prohibido.

Mis padres intentaron casarme con Jonathan Dixon, un petrolero con fortuna asegurada. Jonathan era un caballero en toda regla, educado, culto… y aburrido. Le gustaban la música clásica, el cine francés, el arte contemporáneo. Todo lo contrario a mí.

No quería convertirme en mi madre. No quería vender mi vida a cambio de estabilidad.

Por eso, luché por Manuel.

Fui su novia en secreto durante años, convencida de que nuestra historia sería imposible. Hasta que, finalmente, mis padres cedieron y lo aceptaron en la familia.

Pensé que había ganado.

Que tenía mi cuento de hadas.

Pero todo fue una mentira.

Ahora estaba aquí, atrapada con su amante, su hijo y el hombre que él había elegido como su sucesor.

No podía dejar de pensar en las palabras de mi madre.

"Si tu esposo tiene una amante, tú sigues siendo la señora de la casa."

Pero Manuel no había seguido esa regla.

Él me había condenado a ser igual que su amante.

A compartirlo todo con ella.

Lo peor me sentía un poco como mi madre, deje mi carrera, mi vida entera para dedicarla a Manuel y a mi hija ¿Ahora que tenía? ¿Valió mi sacrificio?

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Esa tarde, Ángeles estaba inquieta.

—No puedo creer que tengamos que compartir todo con esa mujer —bufó—. Lo único bueno es que Noel vivirá con nosotras. Pero créeme, haré que Rosario se canse y se largue.

Su resentimiento era evidente. Hasta hacía unos días, era la hija perfecta de su padre perfecto. Ahora, de la nada, tenía que compartir su herencia con un niño desconocido.

Podía entender su rabia.

—Por ahora, debemos evitar problemas —le dije, aunque ni siquiera yo me creía mis propias palabras—. Debemos esperar hasta que cumplas la edad suficiente para tomar el control de lo que es nuestro.

Pero Ángeles no escuchaba razones.

Lo odiaba todo.

Y yo también, pero no podíamos quedarnos en esa versión, teníamos que avanzar.

Noel entro a la casa cargando algunas maletas, tenía una camisa blanca y jeans, nunca había visto su cuerpo musculoso bajo el traje de corbata.

Se acercó para saludarme. No tenía la culpa de nada, pero verlo solo me recordaba la noche en que, destrozada, casi me entregué a él.

Pero antes de que pudiera reaccionar, Ángeles se adelantó.

Coqueta. Sonriente. Descarada.

Me tensé.

Ella sentía algo por Noel.

Siempre hablaba de él con gracia, una sonrisa en sus labios y sus mejillas sonrojadas.

Noel la ignoró

—¿Podemos hablar?

Asentí con mi cabeza, y me aleje un instante con el hacia el jardín.

—La mitad de la casa es de ustedes, Pero tendrán que acomodarse en las habitaciones sobrantes...

Me tomo de la mano, con una delicadeza fuerte que nunca antes había sentido.

—Quiero que hablemos de esa noche

Abrí los ojos, mis pensamientos se dirigían a Ángeles, ella nunca debería enterarse de eso.

—Un error que prometió olvidar, espero que cumpla su palabra de cabal

lero.

El sonrió coqueto

—Mi señora linda, no creo que pueda olvidarlo, porque desde ese día no he dejado de pensar en ese "error"

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