


INVASIÓN
Capítulo 5
Me paralicé, las palabras de Noel me dejaron sin respiración
Un fuerte ruido en la puerta de la mansión, me hizo regresar en si, pero además fue una excusa para alejarme.
Rosario llegó como un huracán.
Con sus maletas y sus exigencias.
Desde el primer momento en que puso un pie en la casa, comenzó a gritar órdenes a los empleados que habían trabajado para mí durante años, como si fuera la dueña de todo.
—¡Apúrate estúpida! —le grito a una de mis empleadas de confianza.
No podía permitirlo.
Ella no tenía derecho a comportarse como una gran señora.
Sabía que su hijo era legalmente un heredero, pero eso no significaba que Rosario pudiera mandar en mi hogar. No en mi casa.
Mi cabeza hervía de rabia. Esta era solo la primera de muchas batallas.
Para Ángeles, Rosario era una intrusa.
Para mí, una rival.
Sabía que mi esposo había sido el responsable de esta situación, pero no podía evitar verla como la mujer que me había quitado todo. Lo que más me dolía era que ella no parecía sentir ni un gramo de culpa.
Rosario actuaba como si hubiera ganado, con una sonrisa burlona.
Como si mereciera estar aquí, después de destruir mi vida.
Pero no iba a dejar que pisoteara a quienes habían sido mi familia todo este tiempo.
Empelados de mi confianza, algunos que trabajaron en casa de mi padre cuando yo era pequeña.
Me acerqué con pasos firmes, cruzándome de brazos mientras la miraba fijamente.
—Ellos trabajan para mí, no para ti. Eres solo una huésped en esta casa hasta que el asunto del testamento se resuelva entre tu hijo y mi hija. Así que te sugiero que te comportes como tal.
Su rostro se tensó.
Pude ver el alivio en los empleados cuando les hice un gesto para que regresaran a sus labores. No iban a ser tratados como sirvientes de Rosario.
Pero ella no iba a quedarse callada. Por supuesto que no.
—Tú y yo estamos al mismo nivel —espetó, cruzándose de brazos—. Antes, tal vez te hubiera tolerado, pero ya no. Manuel me amaba. Siempre me decía lo aburrido que era vivir contigo, cuánto me deseaba. Ahora, las dos somos madres de los herederos de su fortuna. Nos guste o no, estamos en igualdad de condiciones.
Su descaro me dejó sin palabras por un momento.
Era cierto. Manuel, con su maldito testamento, nos había dejado en la misma posición.
Me quitó mi lugar, algo que nunca le perdonaría, que de cierta manera me hacía sacarlo de mi corazón.
Me redujo a ser igual que su amante.
Y lo peor era que ya no podía preguntarle por qué lo hizo.
Pero si Rosario pensaba que eso significaba que la aceptaría como mi igual, estaba muy equivocada.
—Nunca. —Mi voz fue fría como el hielo—. Nunca estaremos al mismo nivel.
La mire de arriba a abajo, nunca fui una prejuiciosa, jamás me interesaron las clases sociales, prueba de ello que me casé con Manuel, pero esta mujer era La amante de mi esposo, al diablo lo correcto.
Rosario rió con desdén.
—No seas ingenua. Manuel ya no te amaba. Era evidente.
Me negué a seguir escuchando.
No iba a permitir que destruyera lo que quedaba de mí.
Levanté la mano, mostrando mi anillo de compromiso.
—El anillo que él me dio dice lo contrario. Yo fui su esposa. Tú siempre serás la otra.
La rabia oscureció su mirada.
—No voy a dejar que me sigas humillando. Siempre te detesté. ¿Sabes por qué? Porque hiciste infeliz a Manuel. Él dejó de amarte hace mucho.
Sus palabras podrían haberme herido.
Tal vez hace unos días lo habrían hecho.
Pero ahora, lo único que sentía era un profundo vacío.
La mujer a la que Manuel amó, la esposa perfecta que fui… ya no existía.
—Si te sentías tan superior, tal vez deberías haberte conseguido un hombre soltero —respondí con calma, sin bajar la mirada—. Pero no lo hiciste.
Silencio.
Por primera vez, Rosario se quedó sin respuesta.
Aproveché el momento para terminar la conversación.
—No quiero seguir discutiendo contigo. He dado órdenes para que te preparen una habitación y para que el cuarto de tu hijo sea remodelado. También se ha asignado un cuarto para tu hermano, ya que tendrá que vivir aquí para mediar entre nosotras.
—¿Noel vivirá aquí? —preguntó, incrédula.
—Así es. Y si tienes algo que decirme, se lo dirás a él. No quiero dirigirte la palabra más de lo necesario.
Ella apretó los dientes.
—Voy a elegir mi propia habitación. No pienso meterme en la tuya ni en la de tu hija, pero tampoco voy a aceptar lo que me impongas.
Solté un suspiro de cansancio.
—Haz lo que quieras.
No tenía fuerzas para seguir peleando.
Lo único que me quedaba claro era que esta guerra no había hecho más que empezar.
Rosario se fue a su habitación, pero no sin antes lanzar una última mirada desafiante.
Me quedé observando su figura desaparecer escaleras arriba, sintiendo una mezcla de agotamiento y furia.
No iba a ceder.
Esta casa era mía. Yo la diseñe, la llene de amor, le di vida como un lienzo en blanco, Lo que Manuel hizo no iba a cambiar eso.
Entonces, sentí una presencia detrás de mí.
Noel.
—Rosario siempre ha sido difícil —dijo con un suspiro—. Pero créeme cuando te digo que no dejaré que falte al respeto a esta casa.
Me volví a mirarlo.
Había algo en su expresión… algo que no había notado antes.
¿Preocupación?
¿O era algo más?
—Gracias —murmuré, sin saber qué más decir.
Él asintió y se giró para irse.
Pero antes de que pudiera alejarse, su voz sonó de nuevo, más baja, más firme.
—Mientras yo esté aquí, haré que mi hermana respete lo que eres. Eres la señora de la casa… y la señora de mi corazón, Mi señora linda.
Mi respiración se detuvo.
Su mirada se clavó en la mía.
Y por primera vez en mucho tiempo…
Sentí que alguien me veía.
Realmente me veía.