Capítulo 2 2. El ardiente y sexy Luca Ferrer.

Los dos hombres más irresistibles de la ciudad, mirándome con deseo, con ganas de penetrarme duro, y eso es lo que más ansío, aunque... no debería.

Nunca pensé que el sonido de una copa al chocar con otra pudiera provocar tanto vértigo, tanta excitación.

La mía vibra entre mis dedos, y no estoy segura de si es por el vino o por la manera en que Damián y Luca me observan, como si acabaran de ponerse de acuerdo en un idioma que yo todavía no comprendo.

—Veo que sos su fan —pregunta Damián, con una sonrisa que es puro desafío.

—Algo así —respondo, intentando sonar casual, aunque mi voz sale más suave de lo que quiero—. Luca Ferrer fue… bueno, una especie de obsesión adolescente.

Luca ríe, bajo, con ese tono que parece hecho para el pecado.

—¿Fui? Eso suena demasiado en pasado.

No puedo evitar devolverle la sonrisa. Tiene algo magnético, casi insolente. La clase de hombre que sabe exactamente el efecto que causa, pero aun así se toma su tiempo para disfrutarlo.

Damián, en cambio, es otra clase de peligro. No necesita presumirlo. Su poder está en su silencio, en la manera en que se inclina en el sofá y deja que el mundo gire a su alrededor.

Yo estoy en el medio de ambos hombres. Literal y simbólicamente.

—¿Y cómo fue que se conocieron ustedes dos? —pregunto, más para distraerme que por curiosidad real.

Damián sirve más vino antes de responder.

—Negocios, coincidencias, y algunos pecados compartidos. —Su mirada se detiene en mí—. Pero esta noche no se trata de nosotros. Se trata de vos.

El vino me calienta la garganta.

Sus palabras hacen que mi corazón se acelere, maldita sea.

—¿De mí?

—De lo que querés —dice Luca, acercándose un poco. Su perfume me rodea; es más salvaje que el de Damián, más joven, más insolente—. ¿Sabés lo que querés, Victoria?

—Depende de quién pregunte —respondo, girándome hacia él. Claro que sé lo que quiero. Quiero besarlos a ambos, pero... no debo demostrarlo... no todavía.

Damián suelta una risa breve.

—Esa es una respuesta peligrosa.

—Me gustan los riesgos —digo, y lo digo imaginando sus labios en los míos.

Luca se apoya en el respaldo del sillón, y por un instante me mira sin sonrisa, solo con atención. Como si tratara de adivinar qué tan lejos puede ir antes de que yo retroceda.

No retrocedo.

La conversación se desliza entre bromas, ironías y silencios que dicen más de lo que cualquiera se atreve a pronunciar.

Damián habla poco, pero cada vez que lo hace, su voz se cuela entre mis pensamientos. Luca, en cambio, llena el aire con su presencia.

Entre ellos, la energía es distinta. No hay competencia, eso me queda claro, pero hay algo más sutil… una complicidad que me atrae tanto como me desconcierta.

En un momento, Damián se levanta y camina hacia la ventana. Desde ahí, Buenos Aires brilla, ajena a todo. Las luces se reflejan en el cristal, y su silueta parece una sombra tallada.

Luca me mira, como si esperara una señal.

—¿Siempre sos tan difícil de seducir? —pregunta.

—Solo cuando alguien intenta hacerlo —respondo.

—Entonces no te molesta que lo intente.

Lo dice con voz baja, casi un roce.

Damián vuelve a acercarse. Se detiene detrás de mí, tan cerca que puedo sentir su respiración en mi cuello. No me toca, pero el calor que irradia basta para que mi piel despierte.

—No la presiones, Luca —dice, aunque su tono es todo menos una advertencia—. A veces lo mejor es dejar que la curiosidad haga su trabajo.

Luca sonríe sin apartar la vista de mí.

—Y si la curiosidad se convierte en deseo…

—Entonces dejamos que decida —responde Damián.

Silencio. Largo, espeso, delicioso.

El tipo de silencio que se siente más que se escucha.

Tomo un trago más de vino. Mis dedos rozan el borde de la copa y me descubro sonriendo sin motivo. O sí, con uno muy claro.

Hay algo intoxicante en la forma en que ambos me miran. Diferentes, pero complementarios: Damián, fuego contenido; Luca, fuego desatado.

Y en el medio, yo, ardiendo en una tensión que no sé si quiero apagar.

—No suelo mezclar el trabajo con… esto —digo, sin saber si intento justificarme o provocarlos.

—Esto —repite Damián, inclinándose hacia mí—. Qué palabra tan ambigua.

Luca se ríe, y su mano roza mi muslo apenas, un contacto breve, casi accidental.

Pero no lo es.

El aire se corta.

Damián lo nota. Lo sé porque sonríe, y porque sus dedos, ahora, van subiendo por mis entrepiernas, con una calma que contradice todo lo que estoy sintiendo.

—Podemos dejarlo aquí —dice él—. O podés quedarte un rato más.

Miro a uno, luego al otro.

Ardo en deseo, y me olvido de las consecuencias de mis actos.

—Una copa más —digo.

Luca se levanta para servirla, y mientras lo hace, Damián se inclina lo suficiente para susurrarme:

—Esa fue la respuesta correcta.

El vino vuelve a llenar mi copa, pero ya no es el vino lo que me embriaga. Es pasión, los deseo, los deseo a ambos.

Las miradas, la promesa que flota entre los tres, cada vez es más tangible, más inevitable.

Luca se sienta a mi lado, más cerca esta vez. Damián no se aparta. Estoy atrapada entre ambos, y no quiero salir.

Siento que el mundo se ha reducido a este salón, a este instante suspendido donde todo puede suceder y nada está prohibido.

—Brindemos —dice Damián—. Por las decisiones que cambian el rumbo de las cosas.

Chocamos las copas.

Tres sonidos, tres respiraciones, tres deseos cruzándose en el aire.

Cuando bebo, Luca me observa con descaro; Damián, con calma. Ambos distintos, ambos peligrosos.

—Vayamos a un lugar más cómodo —sugiere Damian, y claro que acepto. Sé que esta noche no va a terminar en un simple brindis. No todavía, pero pronto.

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