Capítulo 3 capitulo 3
Los días comenzaron a sentirse como un juego de persecución en el que yo nunca había aceptado participar. No importaba a dónde fuera: Alex siempre estaba ahí.
En los pasillos, lo veía inclinado contra la pared, brazos cruzados, como si el colegio entero fuera su territorio. En clase, sus ojos parecían buscarme incluso cuando el profesor estaba hablando. Y en el descanso… ya ni siquiera intentaba disimular. Caminaba hacia mí con paso seguro, ignorando los murmullos de todos, como si la única persona que existiera en ese lugar fuera yo.
No entendía nada.
Y lo peor es que no era solo miedo. Había algo más, un cosquilleo extraño en mi piel cada vez que lo sentía cerca, un calor en el pecho que me asustaba reconocer. No era lógico, no era normal. Yo debería odiar esa presión, ese control invisible… pero parte de mí se sentía atraída, como si él tuviera un poder secreto sobre mí.
Ese día, al final de la jornada, me quedé unos minutos más en el salón, guardando mis libros. Todos ya se habían ido. Al menos, eso pensé. El silencio me envolvía, un respiro después de tantas miradas clavadas sobre mí.
Entonces, la puerta se cerró de golpe a mi espalda.
Me giré y lo vi.
Alex.
Se apoyó contra la puerta, con la calma de quien tiene todo el tiempo del mundo. Sus ojos, oscuros e intensos, se clavaron en mí como si nada más importara. No tenía prisa, no parecía tener un plan más allá de estar ahí, ocupando el espacio con una presencia que me asfixiaba.
—¿Qué… qué haces aquí? —pregunté, apretando mis libros contra el pecho, como si pudieran protegerme.
Él no respondió. Solo avanzó un paso. Y después otro.
El aire se volvió pesado, casi irrespirable. Retrocedí instintivamente hasta que mi espalda chocó con la pared. El frío del muro me atravesó, pero no logró calmar el calor que me recorría por dentro. Mi corazón golpeaba con tanta fuerza que temí que pudiera escucharlo.
—¿Por qué me sigues? —logré soltar, con la voz temblorosa—. Tú eres… tú eres de la gran élite, Alex. Tienes todo. Tienes a todas. Yo… no soy nada. Por favor… deja de mirarme.
Por un instante pensé que se reiría, que haría alguna broma arrogante. Pero no.
Su expresión cambió. La sonrisa altiva desapareció, reemplazada por una seriedad intensa, casi peligrosa.
Se acercó lo suficiente para que mi respiración se mezclara con la suya. Sus ojos no pestañearon ni un segundo, y la profundidad de esa mirada me atrapó como cadenas invisibles.
—No voy a dejar de mirarte —dijo con voz baja, firme, como una sentencia.
Sentí que el suelo desaparecía bajo mis pies.
—¿Por qué? —pregunté casi en un susurro, intentando que mi voz no se quebrara—. No tiene sentido.
Alex inclinó la cabeza hacia mí, acercándose más. Su olor me envolvió. No era un perfume común, sino algo más fuerte, más cálido… algo que despertaba en mí un instinto primitivo que no entendía.
—Porque me gustas —contestó sin dudar—. Y porque… me gusta tu olor.
Me quedé helada.
Las palabras fueron absurdas y, al mismo tiempo, demasiado reales. No sonaban a un cumplido ligero, no eran un juego. Eran crudas, instintivas, como si fueran la verdad más simple que había dentro de él.
—E-eso no tiene sentido —protesté, apartando el rostro, buscando fuerza en mis palabras—. No sabes nada de mí.
Él rió suavemente, pero no era una risa divertida, sino una que parecía disfrutar de mi resistencia.
—Sé lo suficiente —replicó, y su voz vibró tan cerca que la sentí en la piel—. Sé que me perteneces, aunque aún no lo entiendas.
—¡Yo no te pertenezco! —dije con más fuerza de la que esperaba, aunque mi voz aún temblaba.
Su mirada se endureció. Dio otro paso hacia mí, hasta que su mano se apoyó en la pared junto a mi rostro, atrapándome. El gesto fue simple, pero me dejó sin escapatoria.
Estaba demasiado cerca. Podía sentir el calor que emanaba de él, la tensión de su cuerpo, el peso invisible de algo que parecía más grande que los dos.
—Ya lo sabrás —susurró—. No puedes escapar de lo que eres.
Mis labios se abrieron para preguntar qué quería decir, pero las palabras se ahogaron en mi garganta. Su mirada me tenía atrapada, como si buscara algo dentro de mí que ni yo misma conocía.
Por un instante, sentí que el aire ardía, que todo a mi alrededor desaparecía y solo existíamos él y yo. Y dentro de mí… algo respondió. Algo desconocido, un pulso, un fuego que no era mío y que, sin embargo, me quemaba por dentro.
Me giré bruscamente, escapando por el hueco que dejó al moverse apenas un paso. Tomé mis cosas y corrí fuera del salón sin atreverme a mirar atrás.
Pero lo sentí.
Lo sabía.
Él me observaba.
Y aunque mis piernas temblaban y mi corazón estaba al borde del colapso, la verdad era cruel y clara: una parte de mí no quería que dejara de hacerlo.
Esa noche, en mi cuarto, ni siquiera pude abrir un manga para distraerme. La música que sonaba en mis audífonos parecía lejana, incapaz de cubrir el eco de su voz en mi mente. Cerraba los ojos y lo veía. Los abría y aún estaba ahí.
No podía escapar.
Ni de Alex.
Ni de mí misma.



































