Capítulo 4 capitulo 4

La tarde había sido un caos en mi cabeza. Después de lo ocurrido con Alex, mi mente no encontraba paz. Sus palabras, su cercanía, esa forma en que parecía controlar el aire cuando estaba a mi lado… todo me perseguía como una sombra que no podía apartar.

Quise concentrarme en clase, pero cada vez que levantaba la vista lo veía allí, a pocos pupitres de distancia, observándome con una calma que me helaba la sangre. Todos lo admiraban, todos lo temían. Para ellos, Alex era perfecto. Para mí… era una amenaza disfrazada de atracción.

Me escondí tras mis cuadernos, intentando perderme en los apuntes, cuando de pronto alguien me tocó suavemente el hombro.

—¿Puedo ver tus notas? —preguntó una voz grave y calmada.

Le alcancé el cuaderno sin pensar. Nuestros dedos se rozaron apenas, y sentí un escalofrío distinto al que solía provocarme Alex. No era un fuego abrasador ni un miedo disfrazado. Era otra cosa. Un estremecimiento suave, inesperado, como un susurro que pedía atención.

—Gracias —dijo el chico, dedicándome una leve sonrisa.

Me quedé un segundo más de lo necesario observándolo. Su rostro me era completamente desconocido, lo cual era extraño; yo conocía bien los rostros de todos en el colegio, incluso de los que no me hablaban. Pero él… nunca lo había visto antes.

—Eres nuevo, ¿cierto? —pregunté con torpeza, bajando un poco la voz.

—Sí. Acabo de llegar esta semana. —Se acomodó el cuaderno bajo el brazo y me miró fijamente, como si analizara algo en mí—. Soy Ian.

—Ian… —repetí en un susurro, como probando el nombre en mis labios. Asentí suavemente—. Yo soy Mía.

En ese momento, detrás de mí, escuché la risa fuerte de Melissa mezclada con el eco burlón de los amigos de Alex. No quise voltear. No quise darle la satisfacción de verme afectada. Pero la incomodidad me atravesó igual, como si esas risas fueran dagas dirigidas únicamente hacia mí.

Ian frunció el ceño, y su mirada se endureció apenas. No era indiferencia; parecía notar lo que estaba ocurriendo sin que yo dijera nada.

—¿Estás bien? —preguntó con naturalidad, pero en su voz había un matiz que me desarmó. No sonaba a cortesía, sonaba a verdadera preocupación.

Me mordí el labio. Una parte de mí quería decirle que no, que estaba cansada de sentirme observada, juzgada, atrapada. Que había un chico que no me dejaba respirar y que mi mundo parecía girar cada vez más rápido hacia un abismo que no podía evitar. Pero no lo hice.

—Sí. Solo… un mal día —respondí, forzando una sonrisa débil que no engañaba a nadie.

Ian me sostuvo la mirada un segundo más, como si quisiera leer las palabras que no me atrevía a pronunciar. Y por alguna razón, esa atención me incomodó y me tranquilizó al mismo tiempo.

Antes de que pudiera decir algo más, Camila apareció a mi lado con la energía que siempre la caracterizaba.

—¡Ay, Mía, vámonos ya! —me jaló del brazo con impaciencia, como si temiera que me quedara allí un segundo más. Ni siquiera miró a Ian, lo ignoró por completo como si no existiera.

Me levanté sin protestar, arrastrada por ella, y lo seguí en silencio. Pero mientras me alejaba, pude sentir la mirada de Ian fija en mi espalda. No era invasiva, ni arrogante, ni posesiva como la de Alex. Era distinta. Atenta.

Y por primera vez en mucho tiempo, sentí que alguien me había visto de verdad.

Camila no paró de hablar en todo el camino hacia la salida. Contaba chismes, planes para el fin de semana, quejas sobre los profesores… y yo solo asentía, respondiendo con monosílabos. Mi mente estaba en otro lugar. O más bien, en dos lugares.

Por un lado, Alex. Sus ojos, su voz grave, su manera de acorralarme sin necesidad de tocarme. El eco de sus palabras retumbaba en mi cabeza: “No voy a dejar de mirarte”.

Por otro lado, Ian. Un desconocido que acababa de llegar, pero que con una sola pregunta había hecho que mi pecho se sintiera menos pesado.

Cuando llegué a casa esa tarde, me tiré en la cama sin quitarme siquiera los zapatos. El techo blanco me devolvía una calma falsa. Cerré los ojos y, como siempre, aparecieron los de Alex primero. Intensos, dominantes, peligrosos. Pero poco a poco, se mezclaron con la imagen de Ian, con su sonrisa tranquila y su voz serena.

La comparación fue inevitable. Alex era un incendio; Ian, un río silencioso.

Ambos me hacían temblar, pero de formas completamente distintas.

Tomé uno de mis mangas de la mesa de noche, buscando refugio en las páginas, pero no pude concentrarme. Los personajes se confundían, y en sus rostros aparecían el de Alex y el de Ian.

Suspiré, frustrada.

No quería aceptar lo obvio, pero lo sabía: mi vida, que siempre había sido invisible y rutinaria, estaba cambiando. Y lo hacía demasiado rápido.

Al día siguiente, al entrar al colegio, sentí el mismo peso invisible sobre mí. Alex estaba ahí, como siempre, apoyado contra su coche negro, rodeado de su corte de amigos. Su sonrisa arrogante era la misma, pero sus ojos… sus ojos solo estaban puestos en mí.

Tragué saliva y desvié la mirada, caminando con prisa. El cosquilleo de su atención me seguía como una cadena.

Fue entonces cuando lo vi.

Ian, en la entrada del salón, con el cuaderno bajo el brazo. No decía nada, pero su sola presencia era diferente. No había ruido en torno a él, no había un ejército de seguidores. Solo estaba allí, como si simplemente existiera, sin necesidad de demostrar nada.

Y por alguna razón, esa calma fue lo que más me desarmó.

Capítulo anterior
Siguiente capítulo