Capítulo 5 capitulo 5
Vamos a bailar hoy, ¿sí? —me dijo Camila, con esa mirada brillante que siempre usaba cuando planeaba algo emocionante.
No tenía ánimos, pero necesitaba distraerme. Y tal vez, aunque no lo admitiera, quería olvidarme de Alex y de todo lo que había pasado en el colegio.
—Está bien… pero solo si le pido permiso a mi papá primero.
Esa tarde lo intenté. Con el corazón latiendo rápido, me acerqué a él en la sala. Le expliqué que Camila quería invitarme a dormir a su casa, que estudiaríamos juntas y, después, quizá saldríamos un rato. Mi padre no era de los que confiaban fácilmente, pero Camila siempre había sido su “niña ejemplar”. Y aunque dudó, al final aceptó.
—Ten cuidado —me advirtió, con una mirada seria que parecía atravesarme.
Lo abracé, murmurando un “gracias”, y corrí hacia la casa de Camila.
Allí nos arreglamos juntas, entre risas, música alta y maquillaje compartido. Camila se veía radiante con un vestido ajustado y brillante, mientras yo opté por algo más discreto, aunque ella insistió en pasarme un poco de labial rojo.
—Tienes que verte como nunca, amiga. Esta noche es para brillar —dijo emocionada, girando frente al espejo.
No lo sabía entonces, pero esa noche marcaría un antes y un después.
La música vibraba en cada rincón de la discoteca, luces de neón se mezclaban con el humo y los gritos de la multitud. Camila y yo nos mirábamos entre risas, disfrutando de la libertad de una noche lejos de los estudios y las preocupaciones. Habíamos pasado horas arreglándonos en su casa; ella con su vestido corto rojo y su cabello suelto lleno de brillo, yo con un vestido negro sencillo, que a sus ojos “pedía a gritos un toque más atrevido”.
—Mia, hoy sí vamos a brillar —me dijo mientras nos retocábamos el labial frente al espejo.
—Brillar tú, querrás decir —le respondí, tratando de sonar segura, aunque en el fondo solo quería que nadie me notara.
Al llegar, la música nos envolvió como una ola. Apenas entramos, varios chicos voltearon a vernos. Entre ellos, un grupo reunido cerca de la barra destacaba por su sola presencia. Vestían como si fueran dueños del lugar, cada gesto suyo llamaba la atención. Camila no tardó en fijarse.
—Mia… ¿ves? ¡Es Ian! —dijo señalando a un chico de sonrisa traviesa, ojos claros y aura de seguridad.
Yo apenas alcancé a mirarlo cuando él mismo se levantó con su vaso en la mano y caminó hacia nosotras acompañado de otros dos chicos.
—¿Noche de chicas? —dijo Ian, con una voz grave y una sonrisa que dejaba entrever un hoyuelo.
Camila soltó una risita nerviosa, completamente hipnotizada, mientras yo simplemente asentí. Conversamos un rato. Ellos eran divertidos, sabían cómo hacerte reír y sentirte incluida. Poco a poco, empecé a relajarme, hasta que olvidé por unos minutos esa sensación de ser siempre “la invisible”.
Pero todo cambió en un instante.
Me disculpé con Camila para ir al baño, esquivando la multitud. Caminaba rápido, con la cabeza un poco mareada por el ruido y el calor, cuando de repente, al girar por un pasillo, una mano fuerte me jaló con brusquedad contra la pared.
—¡Ah! —alcancé a soltar un grito ahogado, antes de que otra mano tapara mi boca.
Mi corazón latía con tanta fuerza que pensé que se me iba a salir del pecho. Y entonces lo vi.
Alex.
El hijo del jefe de mi padre. El chico de la gran élite. Perfecto, arrogante… y con los ojos más oscuros e intensos que había visto nunca.
—¿Qué… qué haces? —logré balbucear, mi espalda presionada contra la pared fría.
Él no respondió de inmediato. Su mirada me recorrió con una lentitud que me heló la sangre. Estaba tan cerca que podía sentir su respiración contra mi cuello.
—Sabía que vendrías —murmuró, con esa voz profunda que me erizó la piel.
—¡Aléjate! —dije, intentando empujarlo, pero era inútil. Su cuerpo me bloqueaba el paso como si fuera un muro.
Su expresión se endureció, y en lugar de retroceder, se inclinó más hacia mí, aspirando con fuerza como si quisiera grabar mi esencia en su memoria.
—Me gusta tu olor, Mia. —Su voz sonó ronca, peligrosa, casi animal.
Sentí que me quedaba sin aire. Mis manos temblaban. Esto no era un simple capricho, no era una coincidencia. Alex estaba obsesionado.
—Tú eres de la gran élite… por favor, deja de mirarme —le dije, mi voz quebrándose entre súplica y miedo.
Sus ojos brillaron con algo oscuro, una chispa que no supe interpretar. No se rió. No hizo ningún gesto arrogante como siempre hacía en la escuela. Esta vez, estaba serio.
—Eres mía. Aún no lo entiendes… pero lo harás.
Y esas palabras, dichas tan cerca de mi oído, me atravesaron como un sello invisible.
Me estremecí, sintiendo que algo en mi mundo se rompía. Lo miré con incredulidad, buscando alguna señal de que estaba jugando, de que era solo otra de sus crueles bromas. Pero no. Sus ojos estaban firmes, intensos, como si lo creyera de verdad.
—No… yo no soy tuya —murmuré, con la poca fuerza que me quedaba.
Alex sonrió apenas, una curva peligrosa en sus labios.
—Lo eres desde el primer momento en que te vi. Aunque intentes negarlo, aunque intentes escapar… siempre vas a volver a mí.
Tragué saliva con dificultad, luchando contra la sensación de encierro. El ruido de la discoteca se sentía lejano, como si estuviéramos atrapados en una burbuja oscura donde solo existíamos él y yo.
Por un segundo, pensé en gritar, en pedir ayuda. Pero algo en su mirada me congeló. No era solo amenaza, era promesa.
En ese instante comprendí que Alex no iba a detenerse. Que esa noche, que había comenzado con risas y brillo, se convertiría en el inicio de algo mucho más peligroso.
Y lo peor de todo es que, por más que mi cuerpo temblara de miedo, había una parte de mí, muy pequeña y escondida, que no podía dejar de sentir el magnetismo de sus ojos.
Una atracción oscura. Un destino del que, tal vez, ya no podría escapar.



































