Capítulo 6 capitulo 6
—Eres mía. Aún no lo entiendes… pero lo harás —susurró Alex, tan cerca que el mundo entero pareció desaparecer.
Mi garganta se cerró. No sabía si gritar, llorar o empujarlo con todas mis fuerzas. Pero algo en su mirada me paralizaba, como si tuviera un poder invisible sobre mí. Era el hijo del jefe de mi padre, el alfa entre alfas, y yo… yo solo era una chica común.
—Suéltame… —pedí, con un hilo de voz.
Sus labios se curvaron apenas, en una media sonrisa peligrosa. Deslizó su mano por mi brazo, marcando cada centímetro de mi piel con un calor extraño, como si dejara una huella imborrable.
—¿Por qué sigues huyendo de mí, Mia? —me preguntó, sus ojos clavados en los míos, intensos, dominantes—. ¿Crees que tu “no” significa algo?
Un escalofrío me recorrió la espalda. Ese no era un chico cualquiera… Alex jugaba bajo sus propias reglas.
De pronto, escuché mi nombre a lo lejos:
—¡Mia! ¿Dónde estás? —era Camila, su voz sobresaliendo entre la música.
Mis ojos se abrieron con esperanza. Alex lo notó y, por un segundo, su expresión cambió. Se inclinó aún más, pegando su frente a la mía.
—Recuerda esto —murmuró, su voz vibrando en mi pecho—. Puedes mentirte a ti misma… pero tu cuerpo ya me reconoce.
Yo estaba temblando, intentando apartarlo, cuando de pronto una sombra apareció al final del pasillo.
—¡Hey! —una voz masculina resonó fuerte, cortante.
Era Ian, el chico de la sonrisa traviesa, ahora con un ceño fruncido y la mirada fija en Alex.
El ambiente se tensó como una cuerda a punto de romperse. Alex no se movió de inmediato; me sostuvo aún contra la pared, como queriendo demostrar que nadie podía desafiarlo. Luego, lentamente, me soltó, aunque sus ojos seguían fijos en mí, oscuros, intensos.
—Nos veremos pronto, omega… —dijo en un susurro apenas audible para mí, pero suficiente para que me estremeciera.
Y sin más, pasó junto a Ian como si él no existiera, con esa arrogancia de los que creen tener el mundo en sus manos.
—¿Estás bien? —Ian me miró, preocupado, extendiéndome la mano.
Yo asentí torpemente, aunque la verdad era que no. Nada estaba bien. Mi corazón latía como un tambor desbocado y su palabra —omega— resonaba en mi cabeza una y otra vez, como si hubiera abierto la puerta a un mundo del que aún no sabía nada.
En ese momento, Camila apareció, sonriente y algo mareada, sin imaginar lo que acababa de pasar.
—¡Mia! ¿Dónde te habías metido? Vamos, que Ian y sus amigos nos esperan en la pista de baile.
Yo intenté sonreír, pero mi mente seguía atrapada en esos ojos oscuros.
Porque sabía que Alex no iba a detenerse.
Sabía que esa noche era solo el inicio.
Intenté recomponerme mientras Camila me arrastraba de nuevo a la pista de baile. Las luces de colores giraban, la música golpeaba fuerte, y la gente se movía sin control. Pero por más que intentara perderme entre la multitud, mis pensamientos seguían anclados a ese pasillo oscuro, al calor de su cuerpo contra el mío, a esa palabra que me susurró como un decreto: omega.
Ian se acercó a mí con dos vasos en la mano.
—¿Agua o algo más fuerte? —preguntó, con esa sonrisa que parecía genuina, como si realmente quisiera hacerme sentir cómoda.
—Agua, gracias —respondí rápido, mi voz un poco más baja de lo normal.
Camila lo miraba con sus ojos brillando como estrellas. Ella siempre había soñado con entrar en el radar de alguien de la “gran élite”, y para ella, Ian y sus amigos eran casi un trofeo. Yo, en cambio, solo quería pasar desapercibida.
Bebí un sorbo, agradeciendo el frescor del agua en mi garganta, cuando lo sentí. Esa mirada. Esa presencia.
Al girar la cabeza hacia la barra, ahí estaba él. Alex. Apoyado con indiferencia, como si la discoteca entera fuera suya. Tenía un vaso en la mano, pero su atención no estaba en la chica que lo rodeaba, ni en los amigos que reían junto a él. Sus ojos estaban puestos en mí. Solo en mí.
Me invadió un escalofrío.
—Mia, ¿estás bien? —Ian notó mi tensión, inclinándose un poco para escucharme mejor entre la música.
Asentí torpemente, evitando mirarlo más. Pero era imposible ignorarlo. Alex sonrió apenas, lento, como si disfrutara verme incómoda. Y entonces, para mi horror, rodeó la cintura de la chica más popular del instituto, inclinándose a besarla con descaro. Su mano bajó hasta apretar con fuerza la curva de su cadera, casi burlándose de mí, sabiendo que lo estaba mirando.
—¡Mia, por favor! —Camila me jaló el brazo, riendo emocionada—. ¿Viste eso? ¡Alex! ¡El mismísimo Alex está aquí! Y… oh, por Dios, ¿nos está mirando?
—Deja de imaginar cosas —dije rápido, volteándome hacia la pista para no ver más.
Pero ya era tarde. El veneno de su sonrisa ya estaba en mí.
Me obligué a seguir bailando con Camila, moviéndome al ritmo de la música aunque mis pasos eran torpes. Ian también se unió, divertido, intentando hacernos reír con sus gestos exagerados. Por momentos, logré distraerme… hasta que, de repente, mi cuerpo reaccionó de una manera extraña.
Un calor intenso subió por mis mejillas, mis manos sudaban, y mi respiración se aceleraba sin razón. No era solo nervios. Era… algo más. Algo nuevo que nunca había sentido.
Busqué a Alex con la mirada, como si mi cuerpo lo llamara por instinto. Y ahí estaba él, aún con esa chica colgada de su cuello, pero con sus ojos clavados en mí. Oscuros. Intensos. Como si supiera exactamente lo que me estaba ocurriendo.
Me llevé una mano al pecho, tratando de calmar mis latidos. Ian se inclinó hacia mí, preocupado.
—¿Quieres salir a tomar aire? —me ofreció.
No respondí. No podía. Porque en el fondo lo sabía: algo había despertado dentro de mí desde ese momento en el pasillo. Algo que Alex había provocado.
Y él lo sabía.
Él lo estaba disfrutando.



































