Capitulo 1 Episodio 4 El Mensaje

—Al escuchar su voz, me doy cuenta de que no se encuentra bien. Ella responde mientras conduce, visiblemente asustada y angustiada, y se aleja rápidamente del lugar. Por fortuna, mientras transita por la autopista, el tráfico es ligero, lo que le permite moverse con mayor agilidad. Acelera ligeramente y se concentra en el sistema de navegación satelital y comenta, colocándose los auriculares en los oídos.

—Le pedí al agente, Alex, que te proporcionara un botiquín de primeros auxilios en caso de que lo necesitaras. Es importante que hables mucho con la niña para evitar que se desmaye, ya que está herida y atravesando un momento difícil —expresó con una voz clara y directa—. Sí, estoy en constante comunicación con ella, pero está asustada. Espero poder llegar a tiempo; casi estoy en el punto medio de Alex. Te llamaré más tarde —dijo mientras colgaba la llamada, escuchando el sonido de los vehículos pasar. Llama a Michell, que continuaba corriendo y frenando de golpe, apoyándose con su mano en un árbol. Para responder, mira a su alrededor; solo se escuchan los grillos y sus pisadas al partir los palos secos de los árboles en un camino hostil y oscuro. Jadea asustada.

—¿Cómo vas? Háblame, Michell, te lo pido, no te quedes callada.

Ella se sentía bastante cansada, sin aliento, y no respondió de inmediato. Sin embargo, al no obtener respuesta, gritó con más intensidad: ¿Estás ahí? ¡Michell, háblame! —Luego, con un tono cansado y agitando su cuerpo, confesó entre jadeos: ¡Aquí estoy! Pero no sé cuánto más podré soportar, me siento tan mal, ¡ay! —susurró, quejándose del dolor; se llevó la mano a la herida y añadió:

—Tengo mucho mareo y unas ganas terribles de vomitar. Todo me resulta confuso, está oscuro y no consigo visualizar el camino correctamente, ¡ay! —expresó entre sollozos, lamentándose por el dolor que sentía. Sin embargo, contaba con una distancia considerable a su favor.

En ese momento, las dos personas estaban en el lugar del secuestro, en la montaña Selebi, desde donde habían huido a las 11:10 PM. Uno de ellos, distraído y ajeno a la situación, se encontraba orinando detrás de unos arbustos, observando con cuidado a una pareja que disfrutaba de una noche de placer, envuelta en una sábana que apenas cubría sus cuerpos. Se escuchaba el murmullo de su intimidad.

Mientras tanto, él se pasaba la mano por la cara, aliviando levemente la molestia en su nariz provocada por la alergia al frío. La pareja se entregaba a su momento, mientras él, alzando la mirada hacia la luna llena, regresaba su atención a la pareja que se devoraba entre risas y acercamientos, murmurando en voz baja.

—Este par de locos disfrutando de la situación comiendo, ¡qué increíble! Los putos guaros. Y están gozando. Mientras se pasan las manos por los brazos para librarse del frío y calentarse un poco. —¿Qué frío hace realmente? ¡Vaya! A pesar de las inclemencias, estos dos siguen inmersos en su alegría. Ellos siguen con ¡la puta guama! —comentó mientras continuaba observando, con los ojos entrecerrados.

Después de observar atentamente durante un buen tiempo, se da la vuelta, camina por un pasillo muy estrecho y corto. Ajustándose el cierre de su pantalón, levanta la mirada y se da cuenta de que el cuerpo de Michell no se encuentra donde lo habían dejado. Con tensión, busca a su alrededor, se agacha para mirar debajo de los vehículos y, al levantarse, su preocupación crece. Camina de un lado para el otro, cada vez más nervioso, llevándose las manos a la cabeza y llorando, entrando en un estado de desesperación y pánico. Finalmente, grita con todas sus fuerzas.

—¡No! ¡Maldita sea! ¡Rayos! —gritó Samuel, quien en ese momento estaba distraído, concentrado entre dos automóviles estacionados, mientras un radio en uno de ellos sonaba a todo volumen, impidiendo que pudiera escuchar. Él vestía un pantalón negro y una camisa blanca con tres broches sueltos. Además, llevaba una gargantilla de plata con un crucifijo en el cuello.

Su cabello, ligeramente largo y rojizo, contrastaba con la seriedad del momento mientras contaba un fajo de dinero. Al no escuchar el llamado, siguió concentrado en su tarea de contar. Finalmente, levantó la mirada, cerró el maletín gris brillante de manera brusca y gritó:

—Pero, ¿qué carajo? ¿Qué le sucede a este guaro? Está ladilla. —Cerró la puerta del automóvil con fuerza y se dirigió enfadado, gritando: ¡Sigues con la misma, Guamal! ¿Qué te ocurre?

Mientras tanto, Yefrank extrajo su arma de la parte posterior de su cintura, limpiándose las lágrimas del rostro con una mano y alzando la otra, donde sostenía el arma, la cual agitó un minuto después.

—¡No, Dios mío, no está! Mira, no hay nadie, Samuel. ¡No está aquí! Michell —indica, moviendo sus brazos desesperadamente y con el arma señalando el lugar donde estaba ella. Al escuchar el grito desesperado que señala la ausencia, reacciona Samuel.

—No. ¡Cállate, mano!

Lo observaba nervioso y llorando. Hizo una seña para que mirara el lugar. Reaccionó con un movimiento brusco, entrecerrando los ojos y girándose con gran enojo, llevándose ambas manos a la cabeza.

—¿Qué? ¡No, no puede ser! Ella estaba muerta. ¡Demonios, no! Esto no puede estar sucediendo. ¡Maldita sea! Yo le disparé, la vi morir, ¡no está viva! ¿Qué vamos a hacer ahora? No puede estar sucediendo, ¡no! En este arrebato emocional, pierde la cordura.

Después de un momento de miedo y nerviosismo, Yefrank comienza a caminar de un lado a otro, tratando de calmar su respiración. Alza la vista y observa la pared de la casa, que se encuentra bastante deteriorada. Da varias vueltas en círculos, regresando al mismo punto, mientras reflexiona.

—Como puedes ver, no lo lograste, fallaste el disparo. Samuel nos va a delatar, estamos jodidos y le contará a la policía lo que hicimos. ¡No! Estamos en problemas. ¡Yo quiero ir a prisión! —se aparta ligeramente y lo observa con atención. —¡Cálmate de una vez! —grita, sacudiendo su cuerpo con rabia.

Luego, dándose la vuelta, se pasa la mano por su cabello rojizo y regresa, mientras escucha con preocupación. —¡No, no quiero ir a la cárcel, mano! Ella se fue, ¡no puedes ver que se fue, coño! —exclama, gritando y llorando con desesperación.

Samuel, alarmado, lo mira fijamente y le grita nuevamente.

—¡No puede ser! ¿Cómo es posible? Le disparé y la perra nos engañó.

El angustiado se coloca una mano en la cintura y con la otra, con el alma en la cara, mira al suelo. Se da cuenta de que ella dejó rastro de sangre, encuentra varias gotas y señala para que él también las vea.

—¡Mira, Yefrank! Ella ha dejado un rastro de sangre; observa las marcas. Se fue por ese camino. Debemos aprovechar para seguirla. ¡Vamos, no debe estar lejos! —dijo mientras avanzaba unos pasos, pero se detuvo al ver que su amigo Yefrank se inclinaba bruscamente y le gritaba. —¿Qué carajo, mano? ¿No ves que está oscuro? ¡Estás loco! Te chocaron los cables. ¿Acaso crees que la encontraremos con toda esta cantidad de monte? No sabemos a qué distancia se encuentra. —manifestó su inquietud, visiblemente asustado por la oscuridad, agitando su mano al frente con una expresión de temor.

—¡Mira, grandísimo idiota! Te ruego que me escuches con atención. Si no tomas la iniciativa de buscarla, ella llegará al pueblo y pedirá ayuda. Al hacerlo, revelará todo lo ocurrido, y eso es exactamente lo que deseas. Te la das de mongólico; te meterán preso, las consecuencias legales pueden ser graves, incluyendo cargos por secuestro, intento de asesinato y daño psicológico. No debemos minimizar el impacto que le hemos causado, ¡coño!

—No, no, no. Ahí no comparto tu brillante y fantástica declaración. Permíteme ser claro: no estoy de acuerdo con tu inusual perspectiva sobre esta situación. Fuiste tú quien le hizo daño. Tú, Samuel. —grita al final, pasándose la mano por la cabeza. Samuel se da la vuelta y, tras unos momentos de reflexión, regresa levantando la mano y mostrando un ceño fruncido por la rabia que lo consume por completo.

—¡No, coño! ¿Quién fue el que me contactó y me convenció de llevar a cabo el secuestro, llenándose de avaricia? ¡Tú! Pues asume la responsabilidad, coño. Ahora muévete; tenemos que encontrarla y acabar con esta situación. Recuerda que aún nos falta quemar el puto lugar. ¡Apresúrate!

Sin dudarlo, ellos salieron a su búsqueda con fervor, mientras ella se alejaba considerablemente. Agotada, lastimada y débil, decidió detenerse y llamó a Natasha por teléfono, llorando mientras le hablaba:

—¡No puedo, me duele demasiado!

—Mientras miraba hacia delante, avanzaba lentamente por un camino.

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