Capítulo 4 El Veneno de la Sospecha

Al salir de la sala de juntas, me colgué del brazo de Franco con una sonrisa estudiada, la máscara de la esposa perfecta firmemente en su lugar. Sus ojos, fríos y escrutadores, se clavaron en los míos, buscando fisuras. No se las daría tan fácil.

—¿Almorzamos, amor? Estoy hambrienta —susurré, acercándome hasta que mi aliento rozó su mejilla. Antes de que respondiera, lo besé con fiereza, mi lengua exploró su boca, jadee sintiendo cómo su cuerpo reaccionaba, su entrepierna se tensaba contra mí. El sexo siempre había sido su debilidad, o eso creía entonces Franco se apartó, tomándome de la mano con una cortesía que apestaba a teatro.

Caminamos por los pasillos de Gold Entertainment, nuestro imperio, bajo la miradas envidiosas de empleados y socios.

Entre ellos, los ojos de Lía, su amante y mi supuesta mejor amiga, brillaban con un veneno que conocía demasiado bien. Como gerenta de publicidad-un puesto que yo misma creé para sacarla de la miseria- su presencia era un recordatorio constante de la traición que me había empujado a este juego. Andrew nos esperaba en el auto, su rostro era una máscara de neutralidad. Desde nuestro encuentro en la piscina evitaba mis ojos, y lo entendía.

Soportar los secretos de esta familia debía ser un infierno, más aún con el deseo que intentaba

ocultar por mí. Franco abrió la puerta del auto, galante como siempre, pero la tensión entre nosotros era un cable a punto de romperse.

—¿Dónde almorzamos, querida? ¿El Fallen te parece bien? —preguntó apretando mi mano con una fuerza que no era solo afecto.

—Perfecto, amor. Ese lugar siempre trae recuerdos —respondí, rozando su mejilla con un beso dulce. Intenté deslizar mi mano hacia su entrepierna, evocando noches pasadas en ese mismo restaurante, pero él la detuvo con un gesto seco.

—¿Pasa algo, Franco? —pregunté, frunciendo el ceño.

—No estoy de humor, Amber. Y Andrew no necesita presenciar esto —dijo, lanzando una mirada afilada al retrovisor. El rubor de Andrew lo delató, y yo apreté

los labios, conteniendo una réplica. El mensaje era claro: Franco sabía que nuestro conductor nos observaba.

—Tienes razón, la junta nos dejó tensos. Hablaremos de eso en el almuerzo

—respondí, mi voz se endurecía . No era solo sexo lo que buscaba. Quería mantenerlo bajo control, que creyera que yo era la esposa ciega a sus traiciones rendida a su cuerpo. Pero su aventura con Lía nunca dejaba mi mente, era como un cuchillo que giraba con cada caricia suya.

El trayecto al restaurante fue un silencio cortante. En el Fallen, Franco apartó mi silla con una cortesía gélida y se sentó frente a mí. Sus ojos no se apartaban de los míos, como si intentara descifrar un enigma. No me amilané.

—Franco, diez años juntos. ¿Hay algo que quieras confesar? —pregunté, directa, mi voz era baja pero firme.

—Amber, el desfalco en la empresa es grave. Los socios están nerviosos hablando de retirar sus inversiones. No es solo el dinero, es nuestra credibilidad—respondió, y ese tono acusador en su voz, me causó algo de nervios.

El camarero llegó con la carta, rompiendo el momento. Le sonreí, guiñándole un ojo con descaro.

—Gracias —dije, antes de volver a Franco—. ¿Desconfías de mí? —Dejé la carta sobre la mesa con un golpe seco, mis ojos perforaron los suyos.

—¿Debería? —replicó, con voz más grave, sus ojos estaban cargados de un desprecio que me hizo tragar saliva. Tomé un sorbo de vino para calmar los nervios. La desconfianza entre nosotros era un muro invisible, pero sólido. Sabía que Franco no era el hombre que todos admiraban, pero su actitud sugería algo más oscuro, algo que aún no podía descifrar.

—¡Claro que no! —respondí, forzando una sonrisa para suavizar el ambiente—. Esto me afecta tanto como a ti. Siete años lleva  esta empresa, posicionándola en la cima. Estas pérdidas son medio año de trabajo, Franco. Me preocupa.

Él no respondió, solo me observó en silencio, sus manos se movían inquietas sobre la mesa. Nunca lo había visto así, tan distante, tan sospechoso. Por un instante, sentí el suelo tambalearse bajo mis pies. Puse mi mano en su mejilla, acariciándolo con una suavidad calculada, y deslicé un dedo por sus labios, insinuante. Pero, por segunda vez, me detuvo.

—¿Solo piensas en sexo, Amber? —espetó, y su voz fue cortante como una navaja.

Me quedé helada, retirando la mano.

—¿Qué mierda, Franco? Sé que tenemos problemas, pero tu frialdad me está matando. ¿Qué pasa contigo? —Mentí con maestría. Su rechazo no me dolía; había dejado de sentir eso hace mucho. Pero quería que se sintiera culpable, que bajará la guardia.

—¿Frialdad? Todo lo reduces a follar. Por tu descuido en el departamento contable, estamos en este desastre. —Se levantó , dejando la mesa con un gesto que me cortó el aliento—. Se me quitó el hambre. Que Andrew te lleve.

Por primera vez en diez años, Franco me dejó sola en un restaurante. La furia me quemaba por dentro. ¿Cómo se atrevía a culparme? Me tragué el vino de un solo sorbo, pedí un plato y comí en silencio, mientras mi mente giraba. Algo no encajaba. Si alguien sabía qué estaba tramando Franco, era Augusto Polat, su socio y mi amante. Una buena sesión en la cama con él me daría las respuestas que necesitaba.

El juego se estaba volviendo más peligroso, y yo no podía quedarme de brazos cruzados.

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