

CAUTIVA POR EL DIAVOLO ITALIANO
Diana Aragon · Completado · 100.1k Palabras
Introducción
Capítulo 1
Hoy la casa estaba completamente llena, la familia de mi padre estaba de visita, tenían algún tipo de reunión, de la cual yo no podía participar, y posiblemente nunca lo pueda hacer, mi padre en realidad no era mi padre, yo solo era un huérfano del cual él tuvo piedad.
Mi padre adoptivo es la cabeza de una de las familias más importantes entre la mafia, y yo solo soy la vergüenza de la familia de mi madre; mis abuelos me odiaban, siempre me recuerdan que yo no debería estar vivo. Mi madre se suicidó cuando yo nací, según lo que me han contado y he escuchado. Ella fue raptada meses después de casarse con mi padre. Nadie sabe realmente qué vivió allí, pero está claro que abusaron de ella, y de esos abusos, nací yo. No era de extrañar que nadie me quisiera, ¡yo era el hijo de nadie! Un mal chiste, el hijo bastardo.
Mi hermano, el verdadero hijo de mi padre, se acercó a mí, me miro y sonrió de oreja a oreja, el tan solo era un año menor que yo, pero siempre vivía atormentándome.
— ¿Qué haces Fabien? — me pregunto
Yo puse los ojos en blanco.
— Estoy leyendo, ¿acaso no sabes lo que es un libro? — le pregunte con molestia.
Él me arrancó el libro de las manos y lo tiró al suelo, yo respire profundamente, a Mariano le encantaba sacarme de quicio, pero lo hacia para que yo fuera castigado, así que he optado por no hacer nada.
Uno de mis primos también se acercó, todos ellos me odiaban.
— ¿No te da vergüenza estar viviendo aquí? ¡Tío solo te conserva porque le das lástima! Ni siquiera tus abuelos te quieren, ¡eres un bastardo! ¡Por tu culpa mi tía se suicidó! — me grito.
Yo respiré profundamente, ¡este imbécil quería una paliza!
— vete de aquí — le pedí.
Mi “hermano” empezó a reír.
— el ya no quiere jugar con nosotros, así que mejor vámonos — le dijo mi hermano a Silvio, mi primo.
— Largo — ladre ya un poco molesto.
Me incliné a recoger el libro, pero Silvio me dio una patada en la cara, sentí un dolor terrible en la nariz, y mi vista se volvió completamente roja.
— ¡Bastardo! ¡Eso te lo merecías! ¡Tú no perteneces aquí! — me dijo Silvio.
Miré arriba, los dos se estaban riendo de mí y después corrieron lejos, malditos cobardes.
Entré a la casa, Piero mi padre estaba allí con sus hermanos, él me miró y frunció el ceño.
— ¿Qué pasó? — Me preguntó despreocupadamente.
Mis otros tíos empezaron a reír.
— ¿Ahora te caes solo? — Me preguntó mi padre.
Yo sonreí y subí a mi habitación, busque entre mis pertenecías hasta que encontré un bate, si iba a ser castigado, al menos me llevaría la satisfacción de golpear a ese par.
Baje con cautela las escaleras y Sali al jardín, camine con el bate en la mano. este fue mi límite, no iba a permitir que nadie me pisoteara nunca más. Si no iba a tener su aceptación a las buenas, ¡haría que me temieran! Yo... Fabien De Santi sería un diablo, temido por todos.
— ¡ey! — Gritó mi hermano.
Pero ya era demasiado tarde. ¡Le di con el bate con todas mis fuerzas al infeliz que se atrevió a golpearme! Nadie tenía derecho a tocarme, nadie iba a volver a tocarme.
El imbécil estaba en el suelo llorando, tiré el bate a un lado y lo agarré del cabello haciéndolo mirarme.
— A la próxima te desapareceré de este mundo — le advertí con una sonrisa en mi rostro.
Mi querido primo tenía la mandíbula dislocada, y eso de alguna manera me hizo sentir muy bien.
— ¡Bastardo! — Me gritó mi hermano y me empujó.
Yo caí al suelo de culo y lo miré.
— ¡Papá va a matarte! ¡Le contaré todo! — Me gritó ayudando a nuestro primo a levantarse.
Yo limpié mi nariz con el dorso de la mano, había mucha sangre, y sabía que pronto habría mucha más, mi padre iba a castigarme, el… tal vez me mate.
— Deberías estar agradecido que encontré el bate, me hubiera encantado marcarlo por toda la cara, así me recordaría para siempre — le dije sonriendo.
Mariano me miró con rabia y se fue con Silvio. Yo me quede allí tumbado en el césped, con el corazón acelerado, iba a morir, de eso estaba seguro.
El grito de mi padre me espanto, pero yo levante la barbilla y me levante del suelo, respire profundamente y camine a la casa, mi destino ya estaba hecho.
Apenas me acerque el me arrastro dentro, donde estaban los demás adultos, allí me dio una bofetada que me hizo doler hasta el alma, yo no agaché la cabeza, no me arrepentía de lo que había hecho.
— ¿Quieres que te regrese con tus abuelos? — Me pregunto y me dio otro golpe.
Yo respiraba rápidamente, quería gritarle, defenderme, pero si lo hacia, esta situación se iba a poner mucho peor.
— ¿Te crees malvado? ¡Te voy a mostrar lo que es serlo! — me dijo.
Papá me agarró del cabello y me llevó a la cocina, he hizo que abriera la mano en el mesón.
— ¿Te vas a disculpar? — Me preguntó.
Yo negué con la cabeza, iba a asumir las consecuencias con gusto.
— No muevas la mano, si lo haces voy a cortarla y haré que veas cómo se la comen los perros. — me advirtió.
Yo contuve el aliento. Vi como saco del cajón de la cocina un enorme y filoso cuchillo.
— aun estas a tiempo de disculparte — me dijo.
Yo negué con la cabeza, y entonces el lo hizo, atravesó la palma con la filosa hoja. Contuve un gemido de dolor, lo miré de reojo y él me sonrió.
— Tienes huevos, niño. — me dijo.
Sacó el cuchillo y lo sostuvo en el aire, este, tenia liquido rojo en la punta.
— Tómalo. — Yo iba a agarrarlo con la otra mano, pero él negó.
— La otra. — Yo levanté la mano herida y él me puso el cuchillo en la palma.
— Tienes suerte de que no te corte un dedo. — me dijo.
Yo lo miré directamente a los ojos, él estaba sonriendo, y de alguna manera pude ver en sus gélidos ojos, un atisbo de orgullo, y eso, hizo que el dolor en mi mano se mitigara, era la primera vez que sentía algo de afecto de parte de él.
— Ve a que te atiendan la herida, no quiero que se te infecte. — me dijo.
Apreté el cuchillo y salí de la cocina. Todos allí reunidos me miraron, yo les sonreí y me fui.
Hoy estaba lloviendo a cántaros, y lo más jodido era que no me habían permitido ir con Mariano en el coche a la escuela. Tenía mucho frío y por cómo estaban las cosas, iba a llegar tarde.
Empecé a correr para llegar más rápido, pero terminé en un charco.
— ¡Maldición! — Grité con frustración.
Un pequeño gato salió de la nada, estaba llorando, tal vez tenía frío igual que yo. Lo cargué y lo miré, estaba en los huesos.
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Lo metí dentro del bolso y me devolví a casa. Escondí al gato en mi habitación, le había llamado Onix, ya que era muy negro.
— Me voy a la escuela, no hagas ruido. — Lo metí en una caja y lo escondí en el armario. Salí de la habitación y corrí hasta la puerta de salida.
Cuando regresé de la escuela fui directo a la habitación, Onix seguramente tenía hambre. Abrí el armario, pero la caja no estaba, yo bajé las escaleras y me topé con mi padre, que sostenía a Onix en sus manos.
— ¿Buscabas esto? — me pregunto.
Yo asentí y él me sonrió, tenia miedo de lo que podría pasar, mi padre había dicho una vez que no quería animales en casa.
— ¿Sabes lo que pasa cuando te apegas emocionalmente a algo? — Yo asentí con la cabeza.
Un nudo en el estomago empezó a formarse, sabia a donde iba a terminar.
— Te duele cuando ya no está. — Le respondí.
El asintió con la cabeza.
— Correcto. Y dime, ¿lo quieres? — me pregunto.
Yo tragué en seco y negué con la cabeza. Padre apreto al pequeño gato en sus manos, este empezó a maullar y a tratar de escapar.
— ¡Ya basta! — Grité y él se detuvo.
Sentía escocer mis ojos, pero no iba a llorar frente a él.
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Le quité a Onix de las manos y entonces hice lo impensable, sentí como algo dentro de mí se quebraba, era como si algo se apagara.
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