

Madre soltera, amor de dos.
Sergio Rocha · Completado · 160.9k Palabras
Introducción
Capítulo 1
8:35 de la mañana. ¡Por dios voy a llegar tarde otra vez! Sería la tercera vez en la semana, pero no era mi culpa; hacía todo lo que podía para llegar a tiempo, pero sinceramente no podía.
—Vamos Dante se nos hace tarde —le dije a mi pequeño.
—¿No vene tía Rosario, mami? —Me preguntó con su dulce vocecita.
—No bebé, tía Rose está trabajando, vamos. —Le expliqué mientras guardaba sus pertenencias en su pequeña mochila.
Salimos rápidamente del departamento y fuimos a la parada del autobús. Para mi suerte no tardó demasiado. Bajamos en la estación correspondiente y fuimos a paso rápido hasta el jardín maternal. Visualicé el reloj y eran las nueve de la mañana. ¡Genial!, a esta hora tendría que estar en la oficina.
—Hola Berenice, hola Dante. —Nos saludó Antonella, su maestra.
—Hola Antonella, te lo dejo, lo paso a buscar a las cinco y media —le dije a su maestra—. Adiós cielo luego paso por ti, pórtate bien, te quiero mucho —me agaché a su altura y me despedí dejándole un beso en el tope de su cabeza.
—Yo tamben te tero mamita —respondió moviendo sus manitas entrando al jardín maternal.
Odiaba dejarlo solito con tan solo casi tres años, pero no tenía con quien dejarlo. Con la única que podía contar era con Rosario, quien esta semana estaba haciendo una suplencia a la mañana y le era imposible traer a Dante al jardín de niños, era por eso que me volvía pulpo tratando de hacer todas las cosas yo sola. Lo único que temía era que me despidieran de mi empleo, pero nada era más importante que mi hijo.
Fui hasta la parada del metro, otra vez. Por suerte nuevamente no tardó mucho. Prácticamente corrí las calles para llegar a la oficina. Una vez que estuve dentro del edificio ni siquiera esperé el ascensor, fui por las escaleras para hacer más rápido. Llegué a mi lugar de trabajo totalmente cansada y agitada por correr tanto. Miré mi reloj y ya eran las nueve y media. Seguí caminando sin mirar y me choqué con algo duro. Cuando subí la cabeza para ver que me llevé por delante vi esos ojos fríos que me miraban con el ceño fruncido.
Hoy no era mi día de suerte.
—Berenice —habló mi jefe con voz dura—. Hoy es el tercer día que llegas tarde. Tuve que atender las llamadas yo. ¿Te parece correcto? Te pago para que hagas ese trabajo y lo tengo que realizar yo. Sabes que no me va a temblar la voz para despedirte, si todavía sigues aquí es porque eres una de las mejorcitas secretarias que tengo. Pero tengo un límite y tú ya lo estas pasando —me regañó mirándome fijamente con esos ojos inexpresivos—. Solo pásame las llamadas de urgencia, hoy tengo una reunión importante y no quiero que nadie interrumpa.
—Muy bien Señor Harker —le respondí con la cabeza gacha.
—Cuida tu puesto de trabajo Berenice, que sea la última vez que llegas tarde. Sabes que odio la impuntualidad —agregó metiéndose a su oficina.
Rápidamente me puse en mi lugar y comencé a fijarme la agenda de mi jefe. Para realizar este trabajo tenía que tener muchísima paciencia. Emerson Harker —mi ermitaño jefe—era conocido como el témpano Harker.
Lo describían malhumorado, frío, calculador, gruñón y arrogante. Sinceramente es así como era. No le importaba si tenías algún problema o lo que sea, siempre tenías que estar dispuesta a lo que sea que necesite, a la hora que sea y cómo sea. Tenía muchas diferencias con él, pero no le podía decir ni una sola palabra, gracias a él le estaba dando un futuro prometedor a mi hijo.
—Hoy vino más gruñón que de costumbre, ¿no es así? —Preguntó Jessica, una amiga y compañera de trabajo.
—La verdad es que si, pero ya me estoy acostumbrando —respondí revisando unos papeles.
—La verdad Berenice no sé cómo aguantas, yo ya lo habría mandado a la mierda.
—No me queda otra Jess. No creo poder encontrar otro trabajo que me pague tan bien como este. Gracias a él no tengo que tener dos empleos y a Dante le puedo dar algunos gustos —respondí sinceramente.
—Tienes razón, el témpano para bien —sonrió—. Pero yo no aguantaría un segundo siendo su secretaria. La verdad es que te compadezco amiga.
—Hay que pensar en positivo Jess —contesté encogiéndome de hombros—. ¿Cómo están Fernando y Clarise?
—Oh, están creciendo rápidamente, en unas semanas es el cumpleaños de Fernando, por supuesto que tanto como tú y Dante están invitados —dijo con brillo en sus ojos.
—Muchas gracias; Dante se va a poner muy contento —contesté con una sonrisa.
Jessica era una de las pocas amigas que tenía en el trabajo. Era madre de dos niños preciosos: Fernando, el mayor que cumpliría 4 años y Clarise que solo tenía 2. Dante se llevaba de maravillas con Fernando, se divertían mucho cuando estaban juntos. Jess fue con una de las primeras personas con las que comencé a hablar, ella llevaba trabajando en la Corporación Harker hace más de tres años y me ayudó muchísimo a encontrar el ritmo que aquí se requería. Estaba muy agradecida con ella y su familia, ya que me orientaron y me dieron una mano cuando recién me mudé a esta ciudad.
—Berenice ven para acá rápidamente —me habló el señor Harker desde el intercomunicador de la mesada.
—Suerte —dijo mi amiga burlona.
Yo solo giré los ojos y fui hasta la oficina del “témpano Harker”. Al llegar a la puerta golpeé y escuché el “adelante” del otro lado.
—Señor Harker —dije con voz profesional una vez que entré hacia la oficina.
—Siéntate —ordenó y yo rápidamente obedecí—. ¿Qué hay mañana? —preguntó con la mirada fija en la computadora.
—Reunión a las 11 AM con el señor Eleazar Esposito —contesté mecánicamente—, y por la noche una fiesta de inauguración del nuevo Hotel en el centro de la cuidad. El, como siempre, tenia la vista clavada en los papeles, me preguntaba si alguna vez me había visto o solo conocía mi voz.
—Oh si, recuerdo eso. Muy bien, mañana te quiero a las ocho en punto. Necesito que me ayudes a hacer el discurso para la noche. Ya sabes a ti te dan bien los discursos.
Me quedé callada unos instantes. No podría estar tan temprano mañana, tenía que llevar a Dante a la guardería y me era imposible dejarlo al cuidado de otra persona de confianza.
—Señor Harker —empecé a hablar nerviosamente, jugueteando con mis dedos—. Disculpe mi atrevimiento, pero… ¿no podría venir a la misma hora de siempre? Si desea puedo hacerle el discurso hoy mismo, pero me es imposible venir antes.
—Berenice a ver si comprendes —dijo dejando de visualizar el ordenador y mirándome fijamente con esa mirada dura, característica en él —. El que da las órdenes aquí soy yo. Cuando firmaste el contrato de empleo, ahí bien especificaba que tenías que estar disponible para mí las veinticuatro horas del día si es así lo que requiero. Acuérdate que no solo eres mi secretaria, sino que también ahora eres mi asistente personal —concluyó y yo abrí los ojos sorprendida.
—¿Asistente personal? —pregunté confundida.
—Así es, sé que no hay una persona más eficiente que tú en la empresa y te necesito para ambas cosas. No te preocupes que te aumentaré el sueldo. Así que ahora, con mayor razón, te necesito a mi disposición todo el tiempo. Empezando por mañana. —Volvió a clavar su vista en la pantalla del ordenador y añadió—: No se habla más, mañana a las ocho horas, ningún minuto más ni ningún minuto menos. Puedes retirarte —concluyó y me tragué toda la furia que sentía por dentro.
El resto del día pasó sin mayores sobresaltos. Todo era lo mismo, atender llamadas, pasar las importantes al odioso de mi jefe y las que no importaban meterles excusas para que no molesten. Cuando dieron las cinco salí disparada para buscar a mi bebé. Esa era mi rutina de todos los días. Apenas terminaba mi horario de trabajo me iba hacia la guardería para pasar a buscar a mi pequeño hijo.
Cuando llegué a mi destino la carita feliz de Dante hizo que todos los problemas pasaran. Era por él el motivo que luchaba todos los días y soportaba lo que sea con tal de poder darle todo a mi hijo y que no le faltara nada.
—¡Mami! —exclamó mi bebé mientras venia corriendo hacia mí.
—Dante —respondí arrodillándome y abriendo mis brazos para recibirlo.
—Te tañe mucho mami —dijo escondiendo su cabecita en mi pecho.
—Y yo a ti amor —respondí dándole un beso en el cabello—. ¿Vamos a casa?
—¡Siii! —exclamó dando saltitos.
Nos despedimos de Antonella y fuimos rumbo a nuestro hogar. Cuando llegamos, luego de unos cuarenta minutos debido a que el ómnibus había tardado más de la cuenta, mi hermana Rosario nos esperaba con una rica merienda.
—¿Cómo está el niño más lindo de todo el mundo? —dijo Rose cuando llegamos. Dante largó una fuerte carcajada y se fue hacia sus brazos.
—Bien Tía Rosario —contestó sonriendo de oreja a oreja.
—¿Y para mí no hay saludo? —me hice la enojada
—Oh, claro. Vamos a saludar a tu mami o si no se enoja –le dijo en “secreto” a Dante—. Hola Berenice —me saludó acercándose a mí y me dio un beso en la mejilla
—Tengo hambe —señaló mi pequeño tocándose su pancita.
—Ya está todo vamos a comer antes de que se enfríe.
Nos fuimos hacia el comedor y comimos la rica cena que preparó mi hermana.
Rosario era mi hermana mayor, tenía dos años más que yo. Siempre fuimos muy unidas y teníamos una muy buena relación. Hacía tres años que vivíamos juntas. Recuerdo que el mismo día que terminé de mudarme aquí, nació Dante por la noche, fue una muy linda noticia después de la tragedia que sucedió solo días antes.
No tenía ningún familiar que no fuera Rosario, nuestro padre Antonio Swan había fallecido cuando yo tenía doce años y nuestra madre Renée cuando cumplí los diecisiete. Es por esa razón que Rose tuvo que hacerse cargo de la situación y sacarnos adelante.
Fue un golpe muy duro para las dos. Ambas quedamos solas y desprotegidas. Nuestros padres no tenían hermanos, por los cuales no teníamos tíos ni tampoco familiares cercanos. Al no tener otra alternativa, Rose se puso a trabajar en un restaurant abandonando su carrera de chef profesional que era su sueño, para poder tener que comer. Cuando yo le había dicho que quería trabajar para ayudar en la casa, ella negó rotundamente diciendo que me tenía que dedicar a mis estudios. Y así lo hice, había comenzado a estudiar administración de empresas, pero lo dejé a los dos años porque salía mucho dinero y no teníamos como solventarlo, es por eso que hice el curso para ser secretaria. Pero nunca había ejercido esa profesión, hasta hace dos años que fue que empecé a trabajar en la Corporación Harker.
A mi hermana Rose, le iba de maravillas en el restaurant, tanto así que se terminó casando con el dueño de éste. No solo encontró trabajo si no también al amor de su vida. Ella y Ernest —mi cuñado— ya llevan seis años juntos y se les nota que son muy felices.
Vivíamos todos juntos en el departamento de ellos hacia tres años que fue cuando me mudé a esta nueva cuidad. Nosotras éramos de un pequeño pueblo llamado Forks, pero debido a las circunstancias, mi hermana se había mudado a Chicago para abrir otro restaurant y yo elegí quedarme en nuestra ciudad natal, claro que luego me mudé con ella, porque no podía vivir en el mismo lugar donde lo recordara todo el tiempo. Igualmente yo estaba ahorrando para poder comprarme mi propia casa, para darles privacidad, pero hoy en día poder comprar algún inmobiliario estaba carísimo y no tenía el dinero suficiente para lograrlo. Si bien el departamento no era tan grande hacíamos lo posible para arreglarnos.
—¡Hola, Hola! —saludó Ernest entrando por la puerta.
—¡Tío oso! —exclamó mi pequeño yendo hacia él.
—¿Cómo estás, campeón? —lo alzó por los aires y comenzó a dar vueltas juntó a él.
—Ernest bájalo —regañó Rose a su marido—. Recién comió.
—Lo siento —dijo rascándose la nuca acercándose a saludarnos.
Cuando terminamos de comer, llevé a Dante al baño para ducharlo. Una vez que terminé, me di una ducha relajante. Todavía mi cabeza trataba de encontrar la solución para llegar a tiempo a mi trabajo sin descuidar a mi hijo. No me quedaba otra alternativa que pedirle ayuda a mi hermana.
—Rose —la llamé cuando me fui hacia la sala que era donde se encontraba mirando televisión.
—Dime —respondió, dándome esa mirada cálida que me hacía recordar tanto a nuestra madre.
—Necesito un favor –pedí cabizbaja. Odiaba aprovecharme de tanta hospitalidad, pero no tenía otra opción.
—Lo que quieras.
—Necesito que mañana lleves a Dante a la guardería, es que mi jefe me necesita a las ocho y no puedo llegar tarde. No tengo forma de llevar a Dante, odio pedirte todo esto, pero no tengo opción —dije mordiéndome el labio.
—Sabes que no es ningún problema, voy a tener que llamar a alguien para que cubra ese horario, pero mi sobrino es más importante.
—Gracias Rose, no sabes cuánto te agradezco —la abracé fuertemente.
—¿Para qué estamos las hermanas? —Dijo con una sonrisa—. ¿Por qué esa cara?
—Es que me pudre toda esta situación Rose, no le puedo dar el tiempo suficiente a mi hijo y encima ahora el gruñón de mi jefe me asigna como su asistente personal.
—¡¿Qué?! —exclamó atónita.
—Lo que dije —suspiré—, ahora voy a tener menos tiempo todavía —agregué tapándome el rostro con ambas manos.
—Trata de ser positiva Berenice. Y por Dante… no te preocupes sabes que él te ama, y no se va a enojar contigo, todo lo que haces es por él —murmuró y justo entraba mi bebé viniendo hacia nosotras.
—Mami, tengo sueñito —dijo refregándose el ojito.
—Vamos a acostarnos —conteste parándome y lo alcé—. Dile buenas noches a tus tíos —pedí una vez que Ernest entró a la sala.
—Bunas noches tíos —dijo con una sonrisa, aunque ahogó un bostezo.
—Que descanses Dante —les respondieron al unísono.
Fuimos hacia nuestra habitación y lo vestí con el pijama. Lo acosté en el medio de la cama que compartíamos y comencé a tararear la canción que le cantaba desde que estaba en mi vientre.
—Quiedo que me cuentes un cuento —pidió, acomodando su cabecita en la almohada de Cars.
—¿Cuál quieres?
—El pincipito —dijo y mis ojos se llenaron de lágrimas, miré hacia arriba para que no salieran hacia el exterior—. ¿Ese era favorito de papá? —preguntó con su dulce vocecita.
—Si cariño, ese era —contesté yendo hacia la repisa donde tenía sus libros de cuentos.
Fui nuevamente hacia la cama y comencé a leérselo. A las tres páginas de comenzar se quedó profundamente dormido. Me acerqué hasta su frente y le deje un beso allí.
Él era la personita que más amaba en este mundo y por la cual daría todo con tal de verlo feliz. No era fácil ser madre soltera y tener que criarlo sola. Porque por más que tuviera a Rosario y a Ernest conmigo yo tenía que ejercer tanto el papel de madre como de padre y era muy difícil. Trataba de hacer lo mejor posible, pero muchas veces tenía recaídas como ahora.
¿Por qué la vida es tan injusta y te saca de tu lado a las personas que más amas?
Me limpié las lágrimas que lograron salir y me puse el pijama dispuesta a dormir al lado de mi pequeño. Abracé su pequeño cuerpecito y sentí como su cabeza se acomodaba en mi pecho.
¿Por qué nos abandonaste? —Pensé y me dejé vencer por el sueño.
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